jueves, 14 de febrero de 2008
miércoles, 13 de febrero de 2008
La nueva vanguardia hispanoamericana del siglo XX: 1950-1980
Un poema: un barco
Explicar con palabras de este mundoque partió un barco de mí llevándome
Un hombre me prestó su barco
hundió sus dedos sobre mis sienes y me dijo
-levántate y anda-
anduve hasta la consumación de los siglos
por el vientre-cordillera
donde inicia el mundo.
De aquel barco no recuerdo mucho,
cargaba palabras para anclarse a cualquier muelle
y cuando se le acabara el océano,
escribirse una poesía para seguir navegando.
Se anidó tan dentro mío,
que desperté con su
forma en mis entrañas
2666 de Roberto Bolaño (novela e intertexto)
Por Fernando Andrade Cancino
Poemas a pelo (De poemas sonideros)
XVIII
¿Te acuerdas de aquel árbol de plomo,
triste
o de una memoria de pura memoria?
Pues no, yo no.
¿Y te acuerdas de cuando paseábamos
como dos despreciables animales?
Pues yo no, yo no era.
¿Te acuerdas del amor de cuerpo
que luego me enseñaste muerto todo?
Pues yo tampoco.
La cárcel es esta bata blanca y calcetines verdes.
Luz de los dientes, pájaros del todo, astutos como
dardos valientes teñidos de labios
que escapan por la herida asesina.
Quedarse en la orla boluda del ostión tan limoneado
que es esta pasadera de cosas.
Ahh, yo no sé sino ver.
martes, 12 de febrero de 2008
El jardín Secreto y El circulo de la Inutilidad.
jueves, 7 de febrero de 2008
¿Tiene Ana de Ozores una personalidad propia?
Dos personajes dominan la novela de Leopoldo Alas, “Clarín”, La Regenta: Ana de Ozores y el Magistral Fermín de Pas. A pesar de ser Ana quien da su nombre a la novela (que, dicho sea de paso, es demasiado larga para un lector contemporáneo), me parece que la mefistofélica figura del Magistral es fascinante desde el principio cuando sube a la torre del campanario y, provisto de un anteojo de largo alcance, pasea la mirada por la ciudad. Los campos que circundan a Vetusta no son el motivo de su interés: es Vetusta misma; Vetusta, su pasión; Vetusta, a la que desea conquistar y dominar; Vetusta, cuyos habitantes deberán someterse a la voluntad de Fermín de Pas.
El Magistral es un hombre ambicioso, soberbio, con objetivos precisos y con la voluntad y el coraje suficientes para alcanzarlos. Contempla, además, a Ana de Ozores que pasea con calma por su jardín. En esos momentos está convencido de que su interés por su “nueva hija espiritual” es únicamente espiritual, que sus almas son afines, y eso basta. Pero se engaña: desea mucho más que eso, y esto es evidente para el lector. Las vidas de Ana y del Magistral se encontrarán estrechamente unidas a lo largo de la novela hasta llegar a un desenlace trágico y frustrante por la impotencia de ambos ante las circunstancias que los apresan.
La novela, por otra parte, fue construida muy de acuerdo con la sociedad española del siglo diecinueve y, por tanto, el desenlace es, asimismo, muy español. Quintanar muere defendiendo su honor-honra, depositado, como es natural, en su mujer, aun cuando está consciente de que el adulterio de Ana es tan sólo la consecuencia de su propia conducta hacia ella y a pesar de que si bien él se permitía escarceos amorosos con Petra, la doncella, se desentendía olímpicamente de su esposa. Tan es consciente de que Ana está demasiado sola que reacciona en forma violenta cuando ésta decide participar descalza en la procesión del Viernes Santo. Rabioso por el poder del Magistral sobre su mujer, se lamenta: “La lleva ahí como un triunfador romano a una esclava, detrás del carro de su gloria” (p. 306, t.2). Más tarde, gimoteando nada menos que en el hombro de Mesía, exclama:
¡Lo juro por mi nombre honrado! ¡Antes que esto, prefiero verla en brazos de un amante! Sí, mil veces –añadió- búsquenle un amante, sedúzcanmela; todo, antes de verla en brazos del fanatismo! (p. 311, t. 2).
¡Cuán poco se acordó después de sus exclamaciones y qué ridículo que se batiera en duelo con Mesía! Entonces sí no tuvo oídos para los razonamientos sensatos y realistas de Frígilis: era imprescindible lavar el buen nombre.
Ana actúa también de acuerdo con su momento histórico. No puede comparársele con Emma Bovary, aunque ambas tengan una inquietud común: su inconformidad ante la sociedad y el ambiente en que transcurren sus vidas. Como Emma, “se creía superior a los que la rodeaban, y pensaba que debía haber en otra parte una sociedad que viviese como ella quisiera vivir y que tuviese sus mismas ideas” (p. 116, t. 1). Sin embargo, su respuesta ante las circunstancias es diferente: Ana se inclina hacia el misticismo en tanto que Emma se enamora de hombres vulgares y mediocres.
Desde su nacimiento –hija de un padre español de buena familia y de una humilde modista italiana-, Ana está ya en desventaja. Dentro de una sociedad donde los hidalgos o la gente de bien (como sus tías y tantos otros vetustenses decadentes) prefieren morir de hambre antes que trabajar, Ana no puede aspirar a una vida agradable o a un matrimonio brillante. Carece, además de la fuerza para intentar vencer la adversidad y para bastarse a sí misma.
Hija de un librepensador con aires de filósofo y afanes de modernidad, y abandonada desde la infancia a los cuidados de una rígida institutriz, Ana crece sola y triste, lo que marcará posteriormente su vida como mujer. Sometida también a influencias confusas y contradictorias, crece sin poder formarse un juicio acertado y realista de las personas y cosas que la rodean. El sexo se convierte en algo pecaminoso, pero tentador e inquietante. El inocente episodio con Germán va convirtiéndose poco a poco en algo monstruoso que hay que olvidar, que la condena y estigmatiza, por lo que le es imposible competir con otras jóvenes. Su escasa actividad física (como era usual en ese tiempo para las mujeres de cierta clase social), su confusión psicológica y religiosa, así como la soledad en que transcurre su existencia, la precipitan hacia el misticismo, la comunión con Dios, algún tipo de amor. Parece ser la única forma que encuentra para evadir su realidad y, lo que es más importante, para llenar la soledad. Este misticismo será lo que al principio la acerque al Magistral, su Hermano Mayor espiritual, como lo llama, y lo que le impide ver que éste siente por ella un amor humano, además de unos celos enloquecedores.
Su matrimonio con Quintanar representa ante todo la búsqueda de protección, la compañía de un hombre amable y afectuoso, de un padre, en una palabra. Por supuesto, con el correr de los años este matrimonio desigual –que no le aporta nada de lo que ella anhelaba- la orilla de nuevo al misticismo, a una exageradísima escrupulosidad en lo tocante al pecado y, por último, al adulterio.
Sus amores con Mesía no aparecen ni siquiera como algo deseado con intensidad. Son más bien algo así como la consecuencia inevitable de una serie de acontecimientos previos y de la frustración existencial dentro de una sociedad mezquina y obtusa. ¿Será verdad que Ana era “inexpugnable” o tan sólo que la ocasión no se había presentado porque todos los hombres que la admiraban, incluyendo a Álvaro, jamás le habían hablado de amores? A Ana no la devora la pasión que embarga al Magistral ni tampoco siente gran interés por seducir –o dejarse seducir- por Mesía, a quien juzga como un hombre atractivo. Descarta sus necesidades físicas y espirituales, a las que prefiere no prestar atención y aguarda que los días pasen mientras ella se entrega a sus arrebatos místicos.
Como personaje, el lector simpatiza poco con ella, sobre todo en nuestros días. Sabemos que se trata de una mujer desgraciada y que, a través suyo, Clarín enjuicia a la sociedad pequeño-burguesa de las ciudades provincianas; no obstante, carece de voluntad y es fácilmente manipulada por los que la rodean. Su falta de autoestima y de confianza en sí misma la paralizan, por lo que se convierte en una mujer desvalida; es el ejemplo típico de aquéllas que pasan de la tutela del padre a la del marido y raras veces son capaces de aceptar la responsabilidad de su propia vida. Tengo la impresión de que Clarín se deleitaba enormemente con su personaje y ese “Anita” –como la nombra en varias ocasiones a lo largo del texto- en vez de aumentar su atractivo, la empequeñece, le resta personalidad.
Ahora bien, ¿es realmente Ana la que da vida a La Regenta? ¿No será que el título nos desvía a propósito y nos impide fijarnos con mayor detenimiento en la figura del Magistral? Clarín lo ha pintado con trazos firmes, bien delineados, y logra un personaje subyugante. Además, resulta significativo que inmediatamente después de la descripción de Vetusta, aparece la del Magistral. Ambos, Fermín de Pas y Ana, cierran el relato sólo que ahora en lugar de un hombre gallardo, dueño de sí, Clarín presenta a un hombre atormentado, con “unos ojos que pinchaban como fuego”, que con “pasos de asesino” y movimientos torpes, se aleja de un amor imposible.
Si Ana se deja conducir, el Magistral es todo acción. Nacido en circunstancias adversas, acicateado por una madre ambiciosa y sin posibilidades de ingresar al ejército, busca acomodo en la única posición a su alcance dentro de ese tipo de sociedad: el sacerdocio. Mas no un humilde cura de aldea, sino que aspira a escalar la jerarquía y convertirse en obispo por lo menos. A la Regenta la visita en su casa; le reserva horas especiales para confesión; la sigue al Vivero; pasea por el Espolón en espera de divisarla al menos; se hace invitar a comer para disfrutar de su compañía; la espía, la obliga a acompañarlo a supuestas prácticas de piedad. Intenta por todos los medios a su alcance retenerla, gozar de su presencia, conquistarla, guardarla para sí. ¡Qué drama tan tremendo el de este hombre que de pronto descubre que siente “cosas tan nuevas, o mejor, tan antiguas, tan antiguas y tan olvidadas” que lo perturban y lo sobresaltan! Este sacerdote que de pronto comprende que
para él no era nuevo, no, sentir oprimido el pecho al mirar la luna, al escuchar los silencios de la noche; así había él empezado a ponerse enfermucho, allá en los jesuitas; pero entonces sus anhelos eran vagos, y ahora no; ahora anhelaba…tampoco se atrevía a pedir claridad y precisión a sus deseos… Pero ya no eran tristezas místicas, ansiedades de filósofo atado a un teólogo lo que le angustiaba y producía aquel dulce dolor que parecía una perezosa dilatación de las fibras más hondas” (p. 386, t. I).
Fermín de Pas piensa de pronto en sus treinta y cinco años, en su vida estéril, llena tan sólo de sobresaltos y remordimientos y llora en su interior, “mirando a la luna a través de unas telarañas de hilos de lágrimas que le inundaban los ojos” (p. 387, t.1). Y acepta su destino. Las vidas de Ana y del Magistral que marcharon paralelas durante los dos años en que transcurre la novela, deben por necesidad alejarse y tomar líneas divergentes.
BIBLIOGRAFÍA
ALAS, Leopoldo (Clarín), La Regenta. México, Dirección General de Publicaciones, 1972 (Col. Nuestros Clásicos, 19). 2 tomos. Introd.: Juan M. Lope Blanch y Huberto Batis. 1er tomo, 396 pp. 2do. tomo, 459 pp.
El equilibrio
El equilibrio
Abuelo, acabo de encontrar el equilibrio. ¿Dónde estaba?, Aquí en la calle. Y se fue pedaleando calle abajo sin caerse.
***
Prueba a mover las nubes con tu mente, las estrellas te ayudarán en el empeño
Cuatro historias (De La rebelión del anónimo)
Ismael Lares
1
En este verso
es de noche,
la noche vive
debajo de las sábanas,
las sábanas roncan
como el sonar de un ferrocarril.
2
En este verso
hay un árbol,
debajo del árbol
un hombre,
el hombre está triste,
su tristeza
bautiza la noche.
3
Estos versos
forman un poema,
el poema es un muchacho,
el muchacho saluda,
saluda a un público invisible.
4
El poema
está en el horizonte.
Al fondo,
los brazos de un molino,
en el molino hay dos caballeros,
Variaciones del sonido y un balón de futbol
I
La caricia
Toco su piel arenosa
llena de pliegues y bordes
mi pensamiento se confunde
y rio
II
Entre el golpe y el piso
retumba en el triste silencio
cae en elíptico giro
III
Urdimbre de alambre
Golpea con furia
la superificie laminada
se escucha el eco sonoro
de su alma en retiro
presa de movimiento
IV
Puntapié
Movimiento veloz
atrapada en el tiempo
inocente y libre
de un golpe seco
Recuerdos (De poemas de la noche)
Felipe Alvarado Blanco
En mi niñez
jugaba con canicas
en el patio,
mientras el sol
danzaba con peces
en el mar.
Jugueteaba con otros niños,
caminábamos por la arena
dejando huellas de gigante.
Primer óleo imperfecto (De Óleos imperfectos)
Gilberto Lastra Guerrero
Amar a una mujer es amar el lienzo limpio y sucio
su idea suicida
de una habitación
por la mañana
la marea de locura
en nuestros labios cerrados
la cresta del sueño
en el horizonte de la ventana
el cuerpo encallado
en el cansancio que despierta
mis labios en los senos
y las manos en el muro del presente
el páncreas
y el hígado compartidos
tantos días de infortunio en el agua que le cae del ojo
y corre el rímel que ha manchado la almohada del recuerdo
es amar los zapatos puestos los abandonados por la fatiga
en el clóset t i r a d o s por toda la casa junto a los calzones
¾al andar enigmas perpetuos los zapatos rosas¾
los verdes y azules los perfumes de sus colores
sostienen la cadera y su columna
las piernas crecidas en los zapatos de tacón
de piso zapatos sólo zapatos tirados
es amarla desflorada en la cama
en el filo del deseo
en las puertas de su manía infantil
es jugar con delfines entre las sábanas
es robar las calles
de una ciudad llamada Nadja
es verla metida en el sostén y enfundada en bragas
para lanzarlos de nuevo al suelo
y tallar el pene contra las paredes
de su conciencia durante un programa de noticias
platicar con Cratilo
por el cuerpo de su nombre
¾es estrechar la vida con la vida¾
sembrar almas
en la palma de la mano
regurgitar demonios en la distancia
mientras se baña
ver lunas amontonadas
como todas las lunas que no miramos
en una pila de huesos junto a los collares
es verla salir del lienzo que se le desprende pasando
del pasillo a la habitación
verla trepar la cuerda de la memoria
y caer cada vez que se pronuncia su nombre
comulgar el lino y el óleo del pensamiento
(consagrar mis manos con el misterio
de su mirada al frotarle el cabello)
incubar un hada en los testículos para concebir fantasías
es comprar un bolso rosa de manga corta una tarde
y llenarlo de aventuras
hacer historias para guardarlas en el labial
¾despertar al mundo¾
dibujar en nuestros ojos
la Flor de los Amantes
vivir una feliz tragedia contenida en la palabra Muerte
es cantar a coro por la regla
guardarla en el bolso rosa y pasearla por el camino
que abre el trueno de su andar
es beber y embriagarse con el dolor que oculta su sonrisa
mirar el chubasco en la pupila
y detenerlo al cambiar de firmamento
con palabras de un pequeño poeta
es entregarle al alba la primera caricia
del rostro antes de ir a trabajar
es desnudar su luz
y dársela para que ande en las calles recordando nuestra oscuridad
cambiar la brújula al sur de su anatomía y meter
mis manos en un nido de espinas para verla renacer cuando se viste
es buscar nuevos cuerpos en los mismos cuerpos
romper puertas en la locura y
dejar pasar la carne por los ojos
es ser poeta un momento aunque se esfume
ser pluma y tinta y escribir un cuerpo aunque el agua lo borre
ser Orfeo y rescatar a Eurídice
de una adicción o del manicomio familiar
es pisar el principio de la sexualidad y su tierra creada para un árbol que camina cada tarde
es acordar un código en los besos
es besar palabras mudas
enamorar al silencio
romperlo a mitad del cielo con miradas ausentes
cuando se despide y enfila a la oficina
en-
con-
trar
en
los
aretes
cascadas
de
lunas
cayendo al fondo del silencio
es forjar una nueva Biblia con todas sus tragedias
¾con las mismas tragedias y nuevas tragedias¾
beber de todas las culturas los besos
la sangre nuestra muerte
las elegías para resumirlas en caricias
abrir el Partenón de la blusa y tocar las maravillas
alcanzándola en la
escalera
del
edificio
es pedirle el alma a una puta de París
con sus Flores del mal
hablar con una Scherezada muda
y que los cuerpos lancen al silencio sus noches en llamas
es azotar la puerta
para que mueran todas las doncellas
que juegan con la sangre de su Condesa
¿qué sería del amor sin esos juegos de inocencia?
es regresar al apartamento Sakti
y romper la columna del sexo ¡crash!
embriagar estrellas
y ponerlas en un vaso de ajenjo ¡plum plum!
mirar en la pecera del dolor la sed de los peces
es pensar en clavar mis dedos entre su cabello
buscando su corola en la tierra recién mojada por la muerte
¾cada uno de mis miembros es un pétalo de tu flor mujer¾
creer en el reloj
de arena
del
pubis
desangrar
una
llama
en la pared
mientras
no está
para recostarla por la noche en una cama de cenizas
y salvarla con palabras de la vejez
es morir de frío en la primavera de su boca
es pensar en bañarla
con bilis negra y secarla con epifanías
es tomar por asalto las plazas
y gritar como un guerrero que los dedos
son lanzas y las palmas escudos hinchados por dragones
es izar las velas de la noche y hacerla caer como un telón en sus párpados
limpiar cuando uno llega la lava
que transpira su cuerpo
es
acordonar
la zona
del desastre de
un
coito i n t e r r u m p i d o por discusiones
raspar el ataúd que no verá un cuerpo consumido
por el fuego del tiempo una noche de regateos en el alma
abrir poros en su piel
y encontrar una aldaba de labios
para oír la enunciación
poner a mendigar a Dios en el atrio del cuerpo
cuando vuelve a la cama
mirar al niño y al poeta consagrar
sus manos con recuerdos
y bendecir el cuerpo
sudando dimensiones
encontrar el vellocino
de oro entre los pechos
buscar la luz en su desnudez nocturna
entonar una canción salvaje
es abrir los ojos de Petrarca
en las lunas del espejo
apagar el sol con sus labios
mientras se quiebran todos los cielos
de una tarde