Por Fernando Andrade Cancino
“Los detectives salvajes es una novela muy grande que seguramente me acarreará toda clase de odios. La forma de la novela pedía esa extensión. A propósito, yo sé que mis novelas en Chile son muy caras, y ésta me imagino que va a costar un dineral comprarla. Por eso les aconsejo a mis pocos, pero fieles lectores, que las roben”.(Roberto Bolaño)
“Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca”.(Roberto Bolaño)
Dice la novela en la presentación de la contraportada: “A cuatro profesores de literatura de diversos países les une su común fascinación por la obra de Beno von Archimboldi, un enigmático escritor alemán cuyo prestigio crece en todo el mundo. La complicidad entre los cuatro adquiere pronto trazas de vodevil intelectual y cosmopolita -con ménage à trois incluido-, y desemboca en un disparatado peregrinaje a Santa Teresa (trasunto de Ciudad Juárez), en la frontera de México con Estados Unidos, donde hay quien dice que Archimboldi ha sido visto. Ya en Santa Teresa, Pelletier y Espinoza se enteran de que la ciudad viene siendo desde años atrás escenario de una larga serie de crímenes atroces. En los vertederos de la ciudad no cesan de aparecer los cadáveres de mujeres, muchas de ellas apenas adolescentes, con señales de haber sido salvajemente violadas y torturadas. Es el primer asomo de la novela al agujero negro en que terminarán por precipitarse sus múltiples y procelosos caudales, repletos de personajes memorables cuyas historias, a caballo siempre entre la risa y el horror, abarcan dos continentes e incluyen, entre otras muchas cosas, un vertiginoso travelling por la historia europea del siglo XX, por las ruinas de una cultura y una civilización en derrota en las que la literatura continúa invocando un simulacro de salvación”.Y algunos datos biográficos encontrados en Internet, y escritos antes de su muerte en 2003, señalan que: “De a poco, bien por lo bajo pero con suma dignidad, el chileno Roberto Bolaño puede afirmar que es uno de los escritores más relevantes de la Latinoamérica actual. Nacido en Santiago de Chile en 1953, Bolaño ha llevado una existencia bastante trashumante. A los 15 años estaba viviendo en México, donde comenzó a trabajar como periodista y se hizo troskista. En el 73 regresó a su país y pudo presenciar el golpe militar. Se alistó en la resistencia y terminó preso. Unos amigos detectives de la adolescencia lo reconocieron y lograron que a los ocho días abandonase la cárcel. Se fue a El Salvador: conoció al poeta Roque Dalton y a sus asesinos. En el 77 se instaló en España, donde ejerció (también en Francia y otros países) una diversidad de oficios: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador. Hasta que, en los 80, pudo sustentarse ganando concursos literarios. A fines de los años 90 la suerte empezó a estar de su lado: Los detectives salvajes (1999) obtuvo el premio Herralde y el Rómulo Gallegos, considerado el Nobel de Latinoamérica, que alguna vez se llevaron a sus casas García Márquez y Vargas Llosa”. A su vez Vila-Matas escribió antes hacia 1999 que Roberto Bolaño: “abre brechas por las que habrán de circular las nuevas corrientes literarias del próximo milenio”.Si Roberto Bolaño no hubiera muerto a los cincuenta años de edad seguramente habría sido nominado al Premio Nobel de Literatura. Su primer gran éxito de librería, y frente a la crítica literaria, fue la novela, delirante e innovadora, plena de conocimiento del mundo y de la condición humana, desbordante de imaginación creadora, Los detectives salvajes, que le valió en 1999 los premios antes citados, dos entre otras distinciones –como becas- que obtuvo entre otras partes en España, donde radicó desde 1977, la mitad de su vida, frente a la bahía de Blanes, a dos cuadras del mar y media hora de Barcelona, dueño de una pequeña boutique de bisutería para el turismo popular que llegaba a este sitio, luego convertido en lugar turístico de lujo. En 1999 fue el escritor invitado, y figura central, del Festival Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco. Su obra póstuma, publicada en su primera edición (va en la octava) en 2004, ha sido uno de los libros más vendidos en el continente europeo y se titula 2666 (Editorial Anagrama). Novela de más de 1100 páginas que ha sido elogiada entre otros por Susan Sontang, escritora norteamericana creadora del concepto “camp” (estética de lo cursi), esteta y activista contemporánea. Ella, como muchos, consideran a Bolaño el escritor que supera a Gabriel García Márquez.2666 se integra con cinco libros o partes, que aunque se relacionan a través de un misterioso hilo conductor, errabunda trashumancia y detectivesca búsqueda por Alemania, Francia, Inglaterra, España, Estados Unidos de Norteamérica (Chicago y Nueva York), México (el D.F., Sonora y Chihuahua), Prusia, Rusia, etc. del escritor prusiano-alemán, Beno von Archimbildi, alter ego del autor -como lo son varios personajes en las novelas paralelas que se desprenden de la enorme, en todos los sentidos, 2666-, búsqueda que inician cuatro críticos literarios, investigadores y académicos, europeos de distintas nacionalidades, a la vez personajes de un triángulo amoroso, los cuales viven en una especie de “jet set” del mundillo intelectual europeo, participando en congresos, dictando conferencias magistrales, degustando platillos y vinos finos en un mundo que sirve a Bolaño para pitorrearse y criticar acremente a los escritores que en lugar de comportarse y trabajar como guerreros, lo hacen como estrellitas de la farándula. Especializados en la obra de Beno von Archimboldi, se lanzan en su búsqueda –pues él había desaparecido misteriosamente hacía unos años, aunque no dejaba de cobrar por sus publicaciones ni de enviar nuevos trabajos a su editorial-, llegando hasta Santa Teresa (Ciudad Juárez, México), en donde una serie de asesinatos de mujeres jóvenes –las muertas de Juárez- entran a formar parte del enorme “triller”, dando pié al tremendo cuarto libro, una especie de dossier sobre los crímenes de Ciudad Juárez (Sta. Teresa), y a la vez investigación policíaca. Antes, en Santa Teresa conocen a un profesor de literatura, chileno, Amalfitano –otro alter ego del autor-, y el segundo libro se referirá a éste, a su hija, a las extrañas amistades de ésta, y a las muy institucionales del profesor universitario, en un medio social en el que cada vez más, cada personaje se vuelve sospechoso de todo. Beno von Archimboldi supuestamente había llegado a Santa Teresa, según un escritor encumbrado en las mieles de la alta burocracia gubernamental del país, que los recibió en la capital y les informó haber estado hacía días con él, comentando que era un hombre de enorme estatura, y rubio recalcitrante.El tercer libro es la historia de un investigador de problemas sociales, un negro de Harlem, N.Y., que al morir el cronista de deportes de la revista para la que labora es enviado, luego de entrevistar a un viejo líder de las Panteras Negras, y a un viejo poeta contestatario, a cubrir una pelea de box por el campeonato internacional de pesos semipesados, a Santa Teresa, dónde acabará más interesado en la serie de crímenes, que en el box, y también en un extraño profanador de templos católicos, destructor de imágenes sacras, que apareció, asesinado a dos personas, por aquellas fechas, en esa ciudad fronteriza, para volver la trama de los crímenes más densa aún.El quinto y último libro es la historia de Archimboldi, desde sus antepasados, pasando por la Primera y Segunda Guerras Mundiales, que en el fondo se convierten, como casi todos los personajes de 2666, en una novela dentro de otra, y ésta dentro de otra y otra más, y así sucesivamente, en un delirante escenario mundial en el que la historia, la geografía, la política, la literatura, el clima, la sociología, la criminología, el arte, etc., y muchas disciplinas más sirven como intertextos dentro lo que pareciera ser –la novela- una nueva enciclopedia ilustrada del saber acumulado por la humanidad a lo largo y ancho del planeta, del espacio y del tiempo.El edificio entero de la novela, y no sólo sus cimientos; sus contornos, sus dimensiones, su contenido general, vastísimo y descomunal, aparte de los muchos elementos que se imbrican en un tejido sutil de motivos recurrentes, participan inequívocamente de un designio común -según escribe Ignacio Echevarría en su nota a la primera edición (2004)- dentro de la estructura “abierta” que las abarca.Bolaño se embarcó al escribir 2666 en un proyecto de dimensiones colosales, que dejaba según el mismo autor muy atrás varias de sus nouvelles magistrales y poemarios, como Los detectives salvajes, Putas asesinas, La literatura nazi de América, Tres, Los perros románticos, El gaucho insufrible,Nocturno de Chile, Monsieur Pain, Estrella distante, Consejos para un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, Amberes, La novela lúmpen, etc. En 2666 Bolaño “se atreve con la gran obra, imperfecta, torrencial, que abre camino a lo desconocido” (Amalfitano dixit). “La fecha enigmática de 2666 actúa como un punto de fuga en el que se ordenan las diferentes partes de la novela, que tendría un ‘centro oculto’, y un ‘centro físico’, este último sería Santa Teresa, fiel trasunto de Ciudad Juárez. Allí convergen al cabo, las cinco partes de la novela; allí tienen lugar los crímenes que configuran su impresionante telón de fondo; ‘en ellos se esconde el secreto del mundo’. En cuanto al ‘centro oculto’, éste tal vez sea el título de la novela: 2666.“La escritura de 2666 ocupó a Bolaño los últimos años de su vida. Pero la concepción y diseño de la novela son muy anteriores, y retrospectivamente cabe reconocer sus latidos en este y aquel otro libro de Bolaño. En Amuleto, por ejemplo (1999), donde ya menciona la fecha de 2666, o en Los detectives salvajes, donde el personaje central es Arturo Belano, el narrador de 2006, según el propio Bolaño dejó escrito. También escribió, poco antes de morir: ‘Y eso es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido: Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano’.“Adiós, pues”.
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